Al tiempo de emigrar de mi país, y más precisamente, luego de volver allí por primera vez después de mucho tiempo, tuve una sensación extraña. Al principio me imaginaba que todo el anhelo y la nostalgia que sentía por mi casa, mis seres queridos y mi ciudad desaparecerían en cuanto volviera a pisar territorio argentino. Pero, spoiler alert, eso no fue lo que ocurrió.
Al llegar, me di cuenta de que, en realidad, todo y todos habíamos cambiado. Y con esto no quiero decir que la situación hubiese empeorado, ni que la esencia de mi gente o de mi ciudad se hubiera perdido, sino que simplemente nada ni nadie es ajeno al paso del tiempo.

De pronto, como era de esperarse, el mundo entero había seguido su curso más allá de mí, y me golpeó con fuerza la idea de estar siendo una invitada, casi una extranjera, en mi propia casa. Quizá pueda sonar chocante para quienes no han pasado por una experiencia similar, pero estoy segura de que quienes atravesamos procesos migratorios entendemos bien esa sensación: darte cuenta, de repente, de que ya no perteneces ahí.
Ese fue para mí un momento de quiebre. Sentí que no pertenecía a ningún sitio. Extranjera donde vivo, visitante donde vivía. Y así, inevitablemente, una pregunta oscureció mi corazón:
¿Ahora dónde está mi casa?
Después de muchas crisis existenciales, de cargar con una sensación de desarraigo que me pesaba en todo el cuerpo (y que, a veces, aún me acompaña), pude empezar a encontrar otra forma de mirar esta vivencia. Me di cuenta de que, antes que ningún lugar, el primer espacio que habité y del que nunca me fui fue mi propio cuerpo.
Que mientras todo afuera cambiaba, mientras las geografías se hacían y se deshacían, yo aún podía regresar a mí misma. A ese territorio íntimo que no depende de fronteras ni de raíces fijas, donde la pertenencia no me la concede nada ni nadie más que mi propia presencia. Donde incluso las versiones de mí que creía perdidas todavía viven, esperando ser recordadas.
Hoy sé que, aunque el mundo se transforme y yo también, siempre puedo volver aquí. A este refugio silencioso y profundo que late bajo mi piel. A este lugar donde no necesito demostrar nada para sentirme en casa.
Tal vez, si alguna vez sientes que no perteneces a ninguna parte, puedas recordarte esto:
Tu cuerpo es el mapa. Y tú, el hogar al que siempre puedes regresar.
Sígueme
Consulta Presencial
Teléfono
lic.vickimiranda@gmail.com